"Una Promesa"
El
trayecto era largo y tedioso. Con cada paso el suspenso y el terror
se agravaban, al igual que la angustia. Hacía frío. Se podía
comprobar la fusión de mi respiración con el ambiente gélido,
provocando un leve vapor al exhalar. El pasillo era ancho; el techo
alto, y las paredes de ladrillo, con pequeñas cavidades a cada
metro, donde se consumían velas recién encendidas; además de
ellas, algunas antorchas eran lo único que iluminaban el camino.
Pero la oscuridad era abrasadora. El aroma a humedad y a encierro,
que penetraban por mis orificios nasales, iban mermando, sea porque
mi olfato lo estaba asimilando o porque llegábamos a una zona más
ventilada. Lo cual indicaba que poco se transitaba por aquel lúgubre
espacio.
No
obstante el vacío que percibía por dentro y lo sola que me sentía,
no era la única en aquella agonizante procesión. Dos escoltas me
seguían a poca distancia de mí, que a razón del ensordecedor
silencio se podía sentir sus respiraciones. Y que, a pesar de no
poder verles de frente, podía sentir el peso de sus miradas puestas
firmes en mí, inamovibles. No apartaban sus ojos de mí.
Por
orden, seguro.
Conforme
avanzábamos mi vista acostumbrada a la poca luz, me permitió
vislumbrar al final del pasillo una gran puerta doble. Mis sentidos
se agudizaron en busca de un indicio de lo que había detrás de
ella. Mi corazón comenzó a latir con mayor velocidad, casi a mil
por segundo. Y el pánico se apoderó de mí. Temía a lo pudiese
encontrar detrás de aquellas puertas. Con todo este ambiente frío y
silencioso, casi fúnebre me anticipaba que nada agradable me
esperaba.
Nos
detuvimos en seco delante de la misma. Y esta se abrió
automáticamente como si nos hubiesen estado observando, provocando
un sonido aterrador, casi como el quejido de una criatura.
El
salón tenía el mismo diseño que el pasillo, solo que esta era
circular, más amplia e incluso el techo era más alto casi como de
tres pisos. A razón de la luz de la luna y de las finas líneas que
dibujaban pequeñas formas abstractas, que sucumbían en un círculo
situado justo en medio del salón en el suelo, deduje el techo debía
de ser de vidrio. Pero nada más que eso pude percibir, ya que tenía
la cabeza gacha y tapada por la capucha de la túnica negra que
llevaba puesta. Tampoco me atrevía a levantarla, estaba presa del
miedo. Caminaba por inercia. Por algún motivo que desconocía, sentí
que mi mente y mi espíritu los había abandonado en un lugar, lejos
de este, y sólo quedaban escombros, retazos.
Me
situaron en el círculo antes descrito, en medio de la habitación.
Oí que las puertas se cerraron en un fuerte estruendo haciendo eco
en la enormidad de la sala y después de eso no hubo más sonido, ni
siquiera de respiración. Un silencio abismal acaparó todo el
ambiente. Me estremecí instantáneamente.
De
repente un hombre habló. Su voz era rasposa y grave como la de los
sacerdotes cuando predican la palabra, firme y sabia a razón de los
años y la convicción en ella. Era un señor de avanzada edad.
Estaba situado a mi derecha pero a una distancia considerable.
-¿por
todos los cielos que clase de burla es esta?- profirió indignado.
-¿burla?
No es un calificativo para un tema tan serio…. – le contestó
otro hombre situado a mi izquierda, también a distancia
considerable. Su voz era más suave pero firme y con un vestigio de
histeria.
-¿Serio?
No es el calificativo que yo emplearía para lo que está haciendo
joven Caspio – reparó con frialdad - me remito a lo antedicho...
-¿Entonces
se niega a colaborar?- insistió perspicaz el joven, casi como una
confirmación de una charla preexistente.
-no
tergiverses las cosas, sabes perfectamente a lo que me refiero –
respondió el anciano sin alterarse.
Las
sospechas de una discusión anterior se hacían más certeras. Y a
juzgar por el tono de sus voces la cuestión no parecía augurar
conciliación.
-yo
no lo veo de otra forma – dijo el joven con el mismo tono– “alta
traición” – articuló cada palabra con la mayor de las firmezas
pero conteniendo la histeria.
-
¿“alta traición”? -inquirió sorprendido el anciano - no se lo
voy a permitir, no con los años que llevo unido a la familia, y su
causa – ahora parecía exacerbada mente indignado.
-pero
niega prestar ayuda para ello – le replicó mordaz el joven - ¿No
será que tal vez...? - estaba a punto de decir algo más pero fue
interrumpido súbitamente.
Alcé
un poco la vista y ví que ambos hombres dirigieron su vista hacia el
lateral izquierdo del salón, justo enfrente de mí. El único lugar
donde no llegaba la luz de la luna.
Fantasmagoricamente,
casi como un espectro, una sombra emergió de esa profunda oscuridad
dirigiéndose en mi dirección. Conforme avanzaba se esclarecía aún
más, desprendiéndose de la penumbra, para dar paso, junto con la
luz, a la silueta de un hombre, que llevaba una túnica azul de
terciopelo con la capucha que le cubría parte del rostro.
Reinó
un silencio sepulcral, que dañaba los oídos. Posó un mirada en mi.
Sentí un leve escalofrío en la espalda. Aquella figura con su sola
presencia intimidaba. Alzó su mano en ademán silenciador, hacia el
joven llamado Caspio para que callara, sin dejar de observarme. Del
mismo modo le hizo seña al anciano para que se arrimase.
Sin
chistar le obedeció, se acercó hacia mí con plena seguridad en sus
pasos. De pronto alguien detrás me sacó la capucha dejando expuesto
mi rostro. En ese instante, el anciano se detuvo en seco. Sus
expresiones se tornaron rígidas, dejando al descubierto cierta
estupefacción y sorpresa. Tal como si estuviese en presencia de un
muerto resucitado.
-No
es posible... - absorto en sus cavilaciones habló casi en un
susurro.
De
un segundo a otro sus ojos se tornaron sombríos y colmados de
escepticismo. Ese instante, que pareció una eternidad para la
percepción de ambos, fue interrumpido por la extraña figura.
-¿Es
la persona que viste esa noche?
Pero
no hubo respuesta inmediata por parte de anciano, quien parecía
estar inmerso en un mar de confusiones, completamente
desestabilizado.
-Claustro...
- le instó el espectro.
-
No... - pero eso no había sido una respuesta, sino más bien un acto
concreto de negación.
La
extraña figura se dirigió sigilosamente hacia mi. Con cada paso
suyo aceleraba mi ritmo cardíaco. Su mirada clavada en mi, cual
presa que ha sido acorralada, y su cazador, en su intento por
flaquearla, se encaminaba lento hacia ella, saboreando la expectativa
y el miedo que desprendía, extendía su agonía. El ambiente de
pronto se había tornado tenso.
Cuando
se hubo acercado lo suficiente, como para sentir la frialdad que
emanaba su respiración, se detuvo. Mi corazón dio un vuelco. Casi
como un reflejo, agaché mi cabeza. El sólo me observaba, se sentía
aquella intensidad con la que me miraba. Luego de un lapso, que me
pareció una eternidad y un suplicio, tomo mi barbilla, con extrema
delicadeza, como si le asquease rozar mi piel. Pude percibir la ira
circular por sus venas con cada bombear de su alocado corazón, tan
estruendoso como el mio. Pero que de un instante a otro pareció
paralizarse, al tiempo que levantaba mi rostro. Dos ojos color agua;
llenos de resentimiento, odio y repulsión; me miraban. Ni un atisbo
de piedad o sentimiento en ellos. Su aliento gélido traspasó la
tela que me revestía helando completamente mi cuerpo. Y pronunció
una palabra.
-Morirá.
Y
en un tono carente de toda emoción...
-Es
una promesa.
Entonces
todo se tornó borroso...
Y
despierto.
(Fragmento de "Emily, Historia sin limites")
No hay comentarios:
Publicar un comentario