viernes, noviembre 15, 2013

"Una Promesa"


"Una Promesa"


El trayecto era largo y tedioso. Con cada paso el suspenso y el terror se agravaban, al igual que la angustia. Hacía frío. Se podía comprobar la fusión de mi respiración con el ambiente gélido, provocando un leve vapor al exhalar. El pasillo era ancho; el techo alto, y las paredes de ladrillo, con pequeñas cavidades a cada metro, donde se consumían velas recién encendidas; además de ellas, algunas antorchas eran lo único que iluminaban el camino. Pero la oscuridad era abrasadora. El aroma a humedad y a encierro, que penetraban por mis orificios nasales, iban mermando, sea porque mi olfato lo estaba asimilando o porque llegábamos a una zona más ventilada. Lo cual indicaba que poco se transitaba por aquel lúgubre espacio.
No obstante el vacío que percibía por dentro y lo sola que me sentía, no era la única en aquella agonizante procesión. Dos escoltas me seguían a poca distancia de mí, que a razón del ensordecedor silencio se podía sentir sus respiraciones. Y que, a pesar de no poder verles de frente, podía sentir el peso de sus miradas puestas firmes en mí, inamovibles. No apartaban sus ojos de mí.
Por orden, seguro.
Conforme avanzábamos mi vista acostumbrada a la poca luz, me permitió vislumbrar al final del pasillo una gran puerta doble. Mis sentidos se agudizaron en busca de un indicio de lo que había detrás de ella. Mi corazón comenzó a latir con mayor velocidad, casi a mil por segundo. Y el pánico se apoderó de mí. Temía a lo pudiese encontrar detrás de aquellas puertas. Con todo este ambiente frío y silencioso, casi fúnebre me anticipaba que nada agradable me esperaba.
Nos detuvimos en seco delante de la misma. Y esta se abrió automáticamente como si nos hubiesen estado observando, provocando un sonido aterrador, casi como el quejido de una criatura.
El salón tenía el mismo diseño que el pasillo, solo que esta era circular, más amplia e incluso el techo era más alto casi como de tres pisos. A razón de la luz de la luna y de las finas líneas que dibujaban pequeñas formas abstractas, que sucumbían en un círculo situado justo en medio del salón en el suelo, deduje el techo debía de ser de vidrio. Pero nada más que eso pude percibir, ya que tenía la cabeza gacha y tapada por la capucha de la túnica negra que llevaba puesta. Tampoco me atrevía a levantarla, estaba presa del miedo. Caminaba por inercia. Por algún motivo que desconocía, sentí que mi mente y mi espíritu los había abandonado en un lugar, lejos de este, y sólo quedaban escombros, retazos.
Me situaron en el círculo antes descrito, en medio de la habitación. Oí que las puertas se cerraron en un fuerte estruendo haciendo eco en la enormidad de la sala y después de eso no hubo más sonido, ni siquiera de respiración. Un silencio abismal acaparó todo el ambiente. Me estremecí instantáneamente.
De repente un hombre habló. Su voz era rasposa y grave como la de los sacerdotes cuando predican la palabra, firme y sabia a razón de los años y la convicción en ella. Era un señor de avanzada edad. Estaba situado a mi derecha pero a una distancia considerable.
-¿por todos los cielos que clase de burla es esta?- profirió indignado.
-¿burla? No es un calificativo para un tema tan serio…. – le contestó otro hombre situado a mi izquierda, también a distancia considerable. Su voz era más suave pero firme y con un vestigio de histeria.
-¿Serio? No es el calificativo que yo emplearía para lo que está haciendo joven Caspio – reparó con frialdad - me remito a lo antedicho...
-¿Entonces se niega a colaborar?- insistió perspicaz el joven, casi como una confirmación de una charla preexistente.
-no tergiverses las cosas, sabes perfectamente a lo que me refiero – respondió el anciano sin alterarse.
Las sospechas de una discusión anterior se hacían más certeras. Y a juzgar por el tono de sus voces la cuestión no parecía augurar conciliación.
-yo no lo veo de otra forma – dijo el joven con el mismo tono– “alta traición” – articuló cada palabra con la mayor de las firmezas pero conteniendo la histeria.
- ¿“alta traición”? -inquirió sorprendido el anciano - no se lo voy a permitir, no con los años que llevo unido a la familia, y su causa – ahora parecía exacerbada mente indignado.
-pero niega prestar ayuda para ello – le replicó mordaz el joven - ¿No será que tal vez...? - estaba a punto de decir algo más pero fue interrumpido súbitamente.
Alcé un poco la vista y ví que ambos hombres dirigieron su vista hacia el lateral izquierdo del salón, justo enfrente de mí. El único lugar donde no llegaba la luz de la luna.
Fantasmagoricamente, casi como un espectro, una sombra emergió de esa profunda oscuridad dirigiéndose en mi dirección. Conforme avanzaba se esclarecía aún más, desprendiéndose de la penumbra, para dar paso, junto con la luz, a la silueta de un hombre, que llevaba una túnica azul de terciopelo con la capucha que le cubría parte del rostro.
Reinó un silencio sepulcral, que dañaba los oídos. Posó un mirada en mi. Sentí un leve escalofrío en la espalda. Aquella figura con su sola presencia intimidaba. Alzó su mano en ademán silenciador, hacia el joven llamado Caspio para que callara, sin dejar de observarme. Del mismo modo le hizo seña al anciano para que se arrimase.
Sin chistar le obedeció, se acercó hacia mí con plena seguridad en sus pasos. De pronto alguien detrás me sacó la capucha dejando expuesto mi rostro. En ese instante, el anciano se detuvo en seco. Sus expresiones se tornaron rígidas, dejando al descubierto cierta estupefacción y sorpresa. Tal como si estuviese en presencia de un muerto resucitado.
-No es posible... - absorto en sus cavilaciones habló casi en un susurro.
De un segundo a otro sus ojos se tornaron sombríos y colmados de escepticismo. Ese instante, que pareció una eternidad para la percepción de ambos, fue interrumpido por la extraña figura.
-¿Es la persona que viste esa noche?
Pero no hubo respuesta inmediata por parte de anciano, quien parecía estar inmerso en un mar de confusiones, completamente desestabilizado.
-Claustro... - le instó el espectro.
- No... - pero eso no había sido una respuesta, sino más bien un acto concreto de negación.
La extraña figura se dirigió sigilosamente hacia mi. Con cada paso suyo aceleraba mi ritmo cardíaco. Su mirada clavada en mi, cual presa que ha sido acorralada, y su cazador, en su intento por flaquearla, se encaminaba lento hacia ella, saboreando la expectativa y el miedo que desprendía, extendía su agonía. El ambiente de pronto se había tornado tenso.
Cuando se hubo acercado lo suficiente, como para sentir la frialdad que emanaba su respiración, se detuvo. Mi corazón dio un vuelco. Casi como un reflejo, agaché mi cabeza. El sólo me observaba, se sentía aquella intensidad con la que me miraba. Luego de un lapso, que me pareció una eternidad y un suplicio, tomo mi barbilla, con extrema delicadeza, como si le asquease rozar mi piel. Pude percibir la ira circular por sus venas con cada bombear de su alocado corazón, tan estruendoso como el mio. Pero que de un instante a otro pareció paralizarse, al tiempo que levantaba mi rostro. Dos ojos color agua; llenos de resentimiento, odio y repulsión; me miraban. Ni un atisbo de piedad o sentimiento en ellos. Su aliento gélido traspasó la tela que me revestía helando completamente mi cuerpo. Y pronunció una palabra.
-Morirá.
Y en un tono carente de toda emoción...
-Es una promesa.
Entonces todo se tornó borroso...

Y despierto.
(Fragmento de "Emily, Historia sin limites")


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