PRIMERA
PARTE:
"Antes”
~1~
"Erase una noche de luz…”
Eran
nervios, Catalina podía distinguir esa sensación que producía la
adrenalina de saber que pronto algo estaba por ocurrir.
La
razón, tal vez, se debía a que en pocas horas asistiría a su
primer baile. Donde sería presentada en sociedad. Donde conocería
gente prometedora, grandes figuras, y tal vez algún que otro
pretendiente.
Con
todo ello era más que comprensible que estuviese nerviosa. Con
aquella fuerte opresión en su pecho, denotando su ansiedad. Aunque
sabía que, más que nerviosa, se sentía intrigada. Sus dudas
respecto sobre cómo una persona debía actuar en eventos de tal
envergadura; sobre cómo debía caminar, vestir, comer, hablar…
bailar; aún estaban frescas en sus pensamientos.
Por
supuesto que anteriormente hubo ensayado una y otra vez en casa el
protocolo y cualquier otro procedimiento en particular a tener en
cuenta, para que la noche sea perfecta, sin ningún desliz, ni nada
que arruine la excelencia de su aparición en público. Su madre,
Elena, había insistido, reiteradas oportunidades, en que aprendiese
algunas frases específicas que podía utilizar llegado el momento.
Frases simples, de pocas palabras, sin muchas complicaciones, ni
mucho menos controvertidas.
No,
desde luego entendía que era primordial evitar cualquier situación
polémica.
Tenía
que conservar una línea. Existían estrictas reglas para ello, la
más importante era “adecuarse”.
Debía tener en claro que siempre, ante todo, tenía que mantener la
compostura; ser delicada, formal y apacible. Su madre lo llama la
regla
de las tres “C”
Considerada,
Consecuente
y Cortés.
Dócil, encantadora y graciosa. Eso decía la lista de adjetivos que
tenía que recordar acerca de lo que necesariamente toda dama debería
poseer.
En
Terrásteril,
pueblo donde habitaba, era costumbre que cada noche se llevase a cabo
banquetes en distintas propiedades, con el objeto de fomentar la
socialización y fortalecer el sentimiento de fraternidad entre todos
los oriundos. Por supuesto que algunas; las que se constituían como
las más ostentosas, de familias muy potentadas; las fiestas solían
ser más importantes. No solo a razón de la comida y el
entretenimiento que podían ofrecer, sino también por la
concurrencia en sí. Bastante distinguida. Eventos donde suelen
asistir personas muy importantes e interesantes. Desde grandes
propietarios y herederos, hasta prestigiosos profesionales. Se
presentaban jóvenes de todas las edades, hombres desde los
diecisiete y mujeres desde los dieciséis años de edad.
Catalina
había cumplido sus flamantes dieciséis años, hacía
aproximadamente una semana. Justo a tiempo para que pudiese asistir
al gran baile que los Mon-Levitt realizarían; una familia muy
importante, cuyo linaje ascendía desde los orígenes del pueblo,
ellos integraban una de las primeras familias fundadoras de la
ciudad. De modo que, por su alcurnia y estirpe, eran sumamente
respetados y prestigiosos.
Todo
esto formaba parte de su “entrenamiento”.
Si
bien, aún no tuvo la oportunidad de asistir a la escuela, debido a
que todavía no poseía la edad adecuada para poder exhibirse en
público, dentro de poco lo haría. Hecho que aumentaba sus ansias e
inquietudes. Mientras tanto era Elena la encargada de su educación;
y saber el apellido, la ascendencia, y demás curiosidades sobre las
familias que habitan Terrásteril era de excesiva relevancia. Para
las mujeres sobre todo. Quienes pasaban la mayor parte de su infancia
y parte de su adolescencia preparándose para ese momento, el día de
su presentación en sociedad; ya que, como se hubo remarcado
anteriormente, era de suma importancia. El futuro de cada jovencita
dependía pura y estrictamente de esa situación, si se lo había
hecho correcto, entonces se le aseguraba una buena imagen; tanto para
la persona iniciada, como para el honor de su familia y su apellido,
como así también para conseguir más rápido un buen pretendiente.
Un próspero porvenir.
Catalina
pertenecía a una familia promedio. Su padre, Arthur, tenía un
puesto en el consejo como secretario de Cir
Mendax,
un jurista muy prestigioso. Era la hija menor. Tenía dos hermanas
más; la mayor, Marilen, por supuesto ya se hubo casado, vivía
actualmente a diez millas de la casa, había tenido mucha suerte; la
que le seguía, Judith, estaba en proceso, es decir, comprometida. De
modo que solo faltaba ella para completar la decencia y mantener el
honor de su apellido, los Blecker.
Quien
sabía, quizás dentro de un tiempo mediato pasasen a formar parte de
la lista de “familias reconocidas” de Terrásteril. Lo cual les significaría una real bendición, las cosas les resultarían mucho
más sencillas de ese modo. pensó Catalina.
Su
madre había puesto mucha fe en ella. La consideraba muy lista,
quizás demasiado para lo que se estaba permitido, lo que un poco la
preocupaba; aún así confiaba en que ella lo haría mejor que nadie.
O por lo menos en esfuerzo, lo valdría. Caso contrario a lo que
ocurría con su abuela, Agatha, quien opinaba todo lo opuesto.
No obstante, Catalina no podía culparla, ya que nunca se hubo
mostrado amable con ella. Y es que no le había quedado otra opción,
Agatha tampoco contribuía a que las cosas fuesen mejor, más
fluidas, siempre se mostraba reticente, huraña y áspera ante su
presencia.
Desde
que Catalina tenía noción de la existencia, su abuela nunca le hubo
mostrado ni un mínimo atisbo de empatía. De modo que tampoco
intentó agradar. Aun cuando su madre reprochase tal actitud,
argumentando que no era digno de una dama, (a lo que Agatha profería:
“¿una
dama? Jamás será una, solo mira como pone sus pies en la silla y
lee esos volúmenes que Arthur trae de su trabajo. Es una rebelde. No
sacó nada de la familia. Deberías aprender de tus hermanas
jovencita”.
Y muchos otros comentarios nefastos. Eran interminables las negativas
que dirigía hacia su persona) asumía que su relación no mejoraría
.
Sin
embargo, ella se permitía sentir un poco apenada, porque no le
agradaba la idea de ser realmente un rebelde, estaba
muy mal visto en el pueblo las personas rebeldes, era más bien una
mala palabra, un tabú. La rebeldía era sinónimo de revolucionario,
delincuente, criminal, meretriz, vagabundo, y demás calificativos
que solo puede pertenecer a una persona “inadaptada”,
“inadecuada”, “inapropiada”.Pero
ella no se consideraba tal; no era de ese modo, nunca lo sería.
Catalina era una joven bastante temerosa y obediente. Siempre
realizaba los quehaceres del hogar, a su manera, pero las hacía al
fin y al cabo; hablaba cuando sólo le era requerido, tal vez
manifestando una que otra cuestión cuando no correspondía; no
obstante estaba segura que nunca lo hacía de mala fé, con la
intención de ser rebelde. No le gustaba siquiera como sonaba la
palabra, ni mucho menos como quedaba en ella. Le aterraba en demasía.
No,
definitivamente era muy adecuada. Y así lo demostraría esta noche.
Tal
vez, de ese modo su abuela dejase de torturar sus días comparándola
con sus perfectas hermanas; y se enterase, de una vez por todas, que
ella también era su nieta. Ella también podía estar a la altura de
las circunstancias. Sí. Esta
noche tenía que ser perfecta.
Terminó
de memorizar las últimas frases que Elena le hubo escrito para que
las aprendiera, mientras le ajustaba el corsé hasta quitar cualquier
vestigio de aire que quedase en su cuerpo; para, de ese modo, lograr
una figura estilizada y grácil. Todo un reto. Porque, a diferencia
de sus hermanas y hasta incluso de su madre, Catalina era bastante
rustica con su figura. Sus curvas, a causa de los labores en el campo
(otro motivo que agregaba a la lista de desagrado de su abuela),
originaba que partes de su cuerpo adquiriese formas grotescas desde
la óptica de la perfecta estética. Sus piernas y posaderas se habían
desarrollado mas de lo normal. Por suerte aún conservaba parte de la
delgadez característica de la familia en la cintura y brazos, pero
no tenía la misma suerte su espalda y caderas, que eran mas anchas
por la constante actividad física. Nada dentro de los estándares
típicos de lo que se suele ver como atractivo. Aun así aguardaba la
esperanza de que su madre hiciese una gran labor, tanto con la
vestimenta, como con el peinado y el maquillaje. Realmente lo
necesitaba, por sus cabellos en tono castaño, un color bastante
apagado, debía usar peluca, y su piel, también a causa del trabajo
en el campo y la exposición al sol, hubo adquirido un tono moreno,
lejos de ser como el del resto de su familia. Se sentía menos que
menos atractiva por ello. De modo que Elena le hubo colocado un polvo
que trajo una tía de una ciudad a las afueras de Terrásteril, para
que quedase blanca. Todo esto lo hacía con la supervisión de
Agatha. Quien se consideraba más experimentada con respecto al tema
“presentación en sociedad”. No obstante Catalina hubo pescado a
su madre poner mal gesto cuando le indicaba que le pusiera más
maquillaje y ajustase más su corsé. Supuso que se debía a que no
le agradaba mucho la idea de sus constantes órdenes, pero entendía
que Elena era lo bastante sumisa como para contradecirla.
-le
falta un poco más de polvo esclarecedor, esta chica parece una de
esas negras de los pueblos salvajes… - comentaba la abuela sin
filtro ni miramientos.
-yo
creo que ya está bien así, no parecería natural… – sugería
Elena con cautela.
-natural
es lo último que debería parecer, la gente la confundirá con una
salvaje – concluyó Agatha saliendo de la habitación, Catalina
soltó el poco aire que le quedaba, acto seguido su madre le colocó
más polvo en el rostro, brazos y parte de su pecho no cubierto y
espalda.
-ya
estas lista – dijo sonriendo un poco, dirigiendo a su hija al
espejo que tenía a su derecha.
-gracias
madre – le sonrío Catalina, algo nerviosa.
Su
vestido, compuesto por un corsé y una pollera con miriñaque, era de
un rosa
oscuro,
tenía algunas piedras bordadas formando arabescos y un lazo blanco
que
ocultaba la unión de ambas piezas. Era muy hermoso, y le encantaba.
Se había planeado el diseño hacía aproximadamente dos años, y se
hubo tardado tres meses en hacerse. Su padre había tenido que
invertir mucho dinero para costearlo. Por lo que se vieron en la obligación de abaratar algunos costos en el hogar. Pero eso también
formaba parte del ritual. La ropa era fundamental. Ya que el primer
impacto era el visual, se tenía que destacar.
Cuando
al fin pudo verse frente al espejo, lo primero que se le cruzó por
su mente fue la visión de una completa extraña. No obstante,
aunque realmente desconocía a esa joven que estaba parada delante
suyo, se percibía muy linda, o por lo menos creyó que lo estaba,
nunca antes se había arreglado demasiado, pero comprendía que
dentro de poco todo aquello pasaría a ser costumbre, ya que después
de los bailes estaban las fiestas de té, los paseos por la plaza y
alguna que otra invitación por parte de otras familias.
-esta
noche tiene que ser perfecta… – pensó en voz alta. Anhelaba que
así lo fuera.
-lo
será – sentenció muy segura su madre, quien la miró con ojos
dulces, y un tanto melancólica, como si se tratase de la última
noche en la que la volvería a ver.
Catalina
reprimió algunas lágrimas que amenazaban con salir.
Tal
vez así lo fuera, ya que habría
un antes y un después
de esta noche, sería una persona totalmente distinta.
Sería vista, respetada. Adulta. Iba a ser su inicio, su renacer.
Algo ideal.
Nada
tenía que salir mal. De lo contrario, años oscuros le esperaban. Y
lo sabía. Si algo salía mal. La gente la miraría raro, no querrían
saber de ella, les resultaría desagradable, ni que decir si pensasen
que podía ser una rebelde. Todo aquello la mantenía en un estado de
completa intranquilidad. Apartó las ideas de su mente psicópata.
Porque hoy nada le podía salir mal, lo sentía, y su madre también
y ella nunca se equivocaba. Hoy
el mundo sabría quién era, brillaría y bailaría a la luz. Jamás
en la oscuridad.
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