martes, noviembre 19, 2013

"Erase una noche de luz…”



PRIMERA PARTE: "Antes


~1~
"Erase una noche de luz…”


Eran nervios, Catalina podía distinguir esa sensación que producía la adrenalina de saber que pronto algo estaba por ocurrir.
La razón, tal vez, se debía a que en pocas horas asistiría a su primer baile. Donde sería presentada en sociedad. Donde conocería gente prometedora, grandes figuras, y tal vez algún que otro pretendiente.
Con todo ello era más que comprensible que estuviese nerviosa. Con aquella fuerte opresión en su pecho, denotando su ansiedad. Aunque sabía que, más que nerviosa, se sentía intrigada. Sus dudas respecto sobre cómo una persona debía actuar en eventos de tal envergadura; sobre cómo debía caminar, vestir, comer, hablar… bailar; aún estaban frescas en sus pensamientos.
Por supuesto que anteriormente hubo ensayado una y otra vez en casa el protocolo y cualquier otro procedimiento en particular a tener en cuenta, para que la noche sea perfecta, sin ningún desliz, ni nada que arruine la excelencia de su aparición en público. Su madre, Elena, había insistido, reiteradas oportunidades, en que aprendiese algunas frases específicas que podía utilizar llegado el momento. Frases simples, de pocas palabras, sin muchas complicaciones, ni mucho menos controvertidas.
No, desde luego entendía que era primordial evitar cualquier situación polémica.
Tenía que conservar una línea. Existían estrictas reglas para ello, la más importante era “adecuarse”. Debía tener en claro que siempre, ante todo, tenía que mantener la compostura; ser delicada, formal y apacible. Su madre lo llama la regla de las tres “C” Considerada, Consecuente y Cortés. Dócil, encantadora y graciosa. Eso decía la lista de adjetivos que tenía que recordar acerca de lo que necesariamente toda dama debería poseer.
En Terrásteril, pueblo donde habitaba, era costumbre que cada noche se llevase a cabo banquetes en distintas propiedades, con el objeto de fomentar la socialización y fortalecer el sentimiento de fraternidad entre todos los oriundos. Por supuesto que algunas; las que se constituían como las más ostentosas, de familias muy potentadas; las fiestas solían ser más importantes. No solo a razón de la comida y el entretenimiento que podían ofrecer, sino también por la concurrencia en sí. Bastante distinguida. Eventos donde suelen asistir personas muy importantes e interesantes. Desde grandes propietarios y herederos, hasta prestigiosos profesionales. Se presentaban jóvenes de todas las edades, hombres desde los diecisiete y mujeres desde los dieciséis años de edad.
Catalina había cumplido sus flamantes dieciséis años, hacía aproximadamente una semana. Justo a tiempo para que pudiese asistir al gran baile que los Mon-Levitt realizarían; una familia muy importante, cuyo linaje ascendía desde los orígenes del pueblo, ellos integraban una de las primeras familias fundadoras de la ciudad. De modo que, por su alcurnia y estirpe, eran sumamente respetados y prestigiosos.
Todo esto formaba parte de su “entrenamiento”.
Si bien, aún no tuvo la oportunidad de asistir a la escuela, debido a que todavía no poseía la edad adecuada para poder exhibirse en público, dentro de poco lo haría. Hecho que aumentaba sus ansias e inquietudes. Mientras tanto era Elena la encargada de su educación; y saber el apellido, la ascendencia, y demás curiosidades sobre las familias que habitan Terrásteril era de excesiva relevancia. Para las mujeres sobre todo. Quienes pasaban la mayor parte de su infancia y parte de su adolescencia preparándose para ese momento, el día de su presentación en sociedad; ya que, como se hubo remarcado anteriormente, era de suma importancia. El futuro de cada jovencita dependía pura y estrictamente de esa situación, si se lo había hecho correcto, entonces se le aseguraba una buena imagen; tanto para la persona iniciada, como para el honor de su familia y su apellido, como así también para conseguir más rápido un buen pretendiente. Un próspero porvenir.
Catalina pertenecía a una familia promedio. Su padre, Arthur, tenía un puesto en el consejo como secretario de Cir Mendax, un jurista muy prestigioso. Era la hija menor. Tenía dos hermanas más; la mayor, Marilen, por supuesto ya se hubo casado, vivía actualmente a diez millas de la casa, había tenido mucha suerte; la que le seguía, Judith, estaba en proceso, es decir, comprometida. De modo que solo faltaba ella para completar la decencia y mantener el honor de su apellido, los Blecker.
Quien sabía, quizás dentro de un tiempo mediato pasasen a formar parte de la lista de “familias reconocidas” de Terrásteril. Lo cual les significaría una real bendición, las cosas les resultarían mucho más sencillas de ese modo. pensó Catalina.
Su madre había puesto mucha fe en ella. La consideraba muy lista, quizás demasiado para lo que se estaba permitido, lo que un poco la preocupaba; aún así confiaba en que ella lo haría mejor que nadie. O por lo menos en esfuerzo, lo valdría. Caso contrario a lo que ocurría con su abuela, Agatha, quien opinaba todo lo opuesto. No obstante, Catalina no podía culparla, ya que nunca se hubo mostrado amable con ella. Y es que no le había quedado otra opción, Agatha tampoco contribuía a que las cosas fuesen mejor, más fluidas, siempre se mostraba reticente, huraña y áspera ante su presencia.
Desde que Catalina tenía noción de la existencia, su abuela nunca le hubo mostrado ni un mínimo atisbo de empatía. De modo que tampoco intentó agradar. Aun cuando su madre reprochase tal actitud, argumentando que no era digno de una dama, (a lo que Agatha profería: “¿una dama? Jamás será una, solo mira como pone sus pies en la silla y lee esos volúmenes que Arthur trae de su trabajo. Es una rebelde. No sacó nada de la familia. Deberías aprender de tus hermanas jovencita”. Y muchos otros comentarios nefastos. Eran interminables las negativas que dirigía hacia su persona) asumía que su relación no mejoraría .
Sin embargo, ella se permitía sentir un poco apenada, porque no le agradaba la idea de ser realmente un rebelde, estaba muy mal visto en el pueblo las personas rebeldes, era más bien una mala palabra, un tabú. La rebeldía era sinónimo de revolucionario, delincuente, criminal, meretriz, vagabundo, y demás calificativos que solo puede pertenecer a una persona “inadaptada”, “inadecuada”, “inapropiada”.Pero ella no se consideraba tal; no era de ese modo, nunca lo sería. Catalina era una joven bastante temerosa y obediente. Siempre realizaba los quehaceres del hogar, a su manera, pero las hacía al fin y al cabo; hablaba cuando sólo le era requerido, tal vez manifestando una que otra cuestión cuando no correspondía; no obstante estaba segura que nunca lo hacía de mala fé, con la intención de ser rebelde. No le gustaba siquiera como sonaba la palabra, ni mucho menos como quedaba en ella. Le aterraba en demasía.
No, definitivamente era muy adecuada. Y así lo demostraría esta noche.
Tal vez, de ese modo su abuela dejase de torturar sus días comparándola con sus perfectas hermanas; y se enterase, de una vez por todas, que ella también era su nieta. Ella también podía estar a la altura de las circunstancias. Sí. Esta noche tenía que ser perfecta.
Terminó de memorizar las últimas frases que Elena le hubo escrito para que las aprendiera, mientras le ajustaba el corsé hasta quitar cualquier vestigio de aire que quedase en su cuerpo; para, de ese modo, lograr una figura estilizada y grácil. Todo un reto. Porque, a diferencia de sus hermanas y hasta incluso de su madre, Catalina era bastante rustica con su figura. Sus curvas, a causa de los labores en el campo (otro motivo que agregaba a la lista de desagrado de su abuela), originaba que partes de su cuerpo adquiriese formas grotescas desde la óptica de la perfecta estética. Sus piernas y posaderas se habían desarrollado mas de lo normal. Por suerte aún conservaba parte de la delgadez característica de la familia en la cintura y brazos, pero no tenía la misma suerte su espalda y caderas, que eran mas anchas por la constante actividad física. Nada dentro de los estándares típicos de lo que se suele ver como atractivo. Aun así aguardaba la esperanza de que su madre hiciese una gran labor, tanto con la vestimenta, como con el peinado y el maquillaje. Realmente lo necesitaba, por sus cabellos en tono castaño, un color bastante apagado, debía usar peluca, y su piel, también a causa del trabajo en el campo y la exposición al sol, hubo adquirido un tono moreno, lejos de ser como el del resto de su familia. Se sentía menos que menos atractiva por ello. De modo que Elena le hubo colocado un polvo que trajo una tía de una ciudad a las afueras de Terrásteril, para que quedase blanca. Todo esto lo hacía con la supervisión de Agatha. Quien se consideraba más experimentada con respecto al tema “presentación en sociedad”. No obstante Catalina hubo pescado a su madre poner mal gesto cuando le indicaba que le pusiera más maquillaje y ajustase más su corsé. Supuso que se debía a que no le agradaba mucho la idea de sus constantes órdenes, pero entendía que Elena era lo bastante sumisa como para contradecirla.
-le falta un poco más de polvo esclarecedor, esta chica parece una de esas negras de los pueblos salvajes… - comentaba la abuela sin filtro ni miramientos.
-yo creo que ya está bien así, no parecería natural… – sugería Elena con cautela.
-natural es lo último que debería parecer, la gente la confundirá con una salvaje – concluyó Agatha saliendo de la habitación, Catalina soltó el poco aire que le quedaba, acto seguido su madre le colocó más polvo en el rostro, brazos y parte de su pecho no cubierto y espalda.
-ya estas lista – dijo sonriendo un poco, dirigiendo a su hija al espejo que tenía a su derecha.
-gracias madre – le sonrío Catalina, algo nerviosa.
Su vestido, compuesto por un corsé y una pollera con miriñaque, era de un rosa oscuro, tenía algunas piedras bordadas formando arabescos y un lazo blanco que ocultaba la unión de ambas piezas. Era muy hermoso, y le encantaba. Se había planeado el diseño hacía aproximadamente dos años, y se hubo tardado tres meses en hacerse. Su padre había tenido que invertir mucho dinero para costearlo. Por lo que se vieron en la obligación de abaratar algunos costos en el hogar. Pero eso también formaba parte del ritual. La ropa era fundamental. Ya que el primer impacto era el visual, se tenía que destacar.
Cuando al fin pudo verse frente al espejo, lo primero que se le cruzó por su mente fue la visión de una completa extraña. No obstante, aunque realmente desconocía a esa joven que estaba parada delante suyo, se percibía muy linda, o por lo menos creyó que lo estaba, nunca antes se había arreglado demasiado, pero comprendía que dentro de poco todo aquello pasaría a ser costumbre, ya que después de los bailes estaban las fiestas de té, los paseos por la plaza y alguna que otra invitación por parte de otras familias.
-esta noche tiene que ser perfecta… – pensó en voz alta. Anhelaba que así lo fuera.
-lo será – sentenció muy segura su madre, quien la miró con ojos dulces, y un tanto melancólica, como si se tratase de la última noche en la que la volvería a ver.
Catalina reprimió algunas lágrimas que amenazaban con salir.
Tal vez así lo fuera, ya que habría un antes y un después de esta noche, sería una persona totalmente distinta. Sería vista, respetada. Adulta. Iba a ser su inicio, su renacer. Algo ideal.
Nada tenía que salir mal. De lo contrario, años oscuros le esperaban. Y lo sabía. Si algo salía mal. La gente la miraría raro, no querrían saber de ella, les resultaría desagradable, ni que decir si pensasen que podía ser una rebelde. Todo aquello la mantenía en un estado de completa intranquilidad. Apartó las ideas de su mente psicópata. Porque hoy nada le podía salir mal, lo sentía, y su madre también y ella nunca se equivocaba. Hoy el mundo sabría quién era, brillaría y bailaría a la luz. Jamás en la oscuridad.


("Dancing in the Dark")





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