Del acto de la disciplina y dominación sexual.
Por
su naturaleza extraordinaria, el acto de intimación, de acercamiento de índole
sexual, nos ha sido negado.
Aquel
momento, en el que dos cuerpos dejan liberados sus deseos mas
íntimos, a fin de fundirse el uno con el otro mediante un simple
acto, que involucra sus partes y facetas más puras y ocultas. Es
cuanto más conocemos de nuestros instintos, de nuestra verdad, de
nuestro ser. Es el mayor estado de plenitud de nuestra existencia.
Pues solo somos sentidos y emociones. Puro despliegue de
sensibilidad.
Si
el mundo pudiese definirse en tales lineamientos, simplemente la
fluidez haría de su libre juego, en el que los términos no están
escrito, un sin fin de suspiros y gritos de júbilos y
satisfacciones. Mas libertad, mas sonrisas. Un océano de excitación.
De anhelos.
Pero
los deseos parten desde un punto. Un simple y delicado vértice. Un
nervio. Que al ser provocado despliega un universo de otras emociones.
La
esencia negada. La negación misma del ser.
Entonces...
¿la
represión puede conllevar a la excitación?
Nuestro
ser no sólo se constituye de lo real... sino de la realidad misma.
Nuestra
realidad es más profunda y extensa que la mera piel que nos reviste.
Las bondades y templanzas no son lo único que somos. Tampoco los
defectos conocidos y re-definidos, por consenso, como tal. Sino
también por las perversiones, las oscuridades. Facetas esotéricas;
en las que, por siglos, se ha puesto empeño en ocultar en lo más
recóndito de nuestro espíritu, tanto es así, que ni siquiera se
habla de ello (tabúes); dándonos como resultado lo real.
Pero
lo cierto es que por más reprimenda y negación que se le imprima,
más fuerte puede pujar esa oscuridad. Por que, aunque más luz y
claridad nos ilumine, mas nítida resultaría aparecer nuestra
sombra. Simplemente es algo con lo que no podemos luchar, ni
sobrellevar.
Es
la única batalla que se gana con sólo ceder.
La
prohibición nos debilita. Nuestro talón de Aquiles, nuestro punto
de imperfección: el anhelo de ser libres, que conlleva a la
curiosidad y por ende a la subversión, siempre fue y será la que
nos abrirá las puertas hacia el abismo. El hombre impuro por
naturaleza, miserable ante su propia grandeza, siempre se rendirá
ante sus instintos.
Y
en ese instante en el que nos impiden ser, es cuando la inquietud nos
flaquea.
Por
que solo basta con ese ínfimo instante de vacilación para derribar
lo que siglos y siglos de leyes, reglas y ficciones construyeron, con
el único fin de poder controlar cada situación que nos precede, por
miedo a lo desconocido.
En
vano al fin...
Porque
cuanto más lo niegues más potente será la batalla librada en tu
interior. Más catastrófica serán las consecuencias. Sentirse
impotente nos enciende. Nos excita lo que cuesta, lo que duele, lo
que se niega.
Nunca
se es del todo, sin antes haber traspasado los límites de lo
estricto.
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