lunes, noviembre 25, 2013

"Mascarada"



PRIMERA PARTE: “Antes



~2~
"Mascarada"


El trayecto hacia la mansión Mon-Levitt era un poco largo, pero agradecía que así lo fuera, porque de un instante a otro le inundaron nuevamente los nervios, que en conjunto con lo ajustado del corsé, comenzó a marearla, hasta sentir que le faltaba el aire. Su madre le hacía preguntas para que respondiera como lo habían ensayado. Luego le hubo facilitado algunos consejos más. Ella también se había puesto algo nerviosa. Lo cual sorprendió mucho a Catalina, ya que la consideraba una persona sumamente serena. Y verla así le resulta raro. Puede que la razón se deba a que se trataba de la hija más chica, la última en la lista, y tal vez la más importante, la decisiva para terminar con el ciclo de su vida, que es asegurar el futuro a sus descendientes para que la familia continúe. Después de lograrlo se podía decir que finalmente hubo cumplido su misión en la vida.
Por todas aquellas razones, es que Catalina tenía en claro que no se podía equivocar esta noche. Nada tenía que salir mal.
A medida que avanzan se podía sentir el sonido de unas hermosas melodías a lo lejos, lo que indicaba que ya estaban cerca del destino. De su destino. Repasó algunas frases.
-¿lista cariño? – preguntó Elena cuando hubieron llegado. Ella asintió sinmáss – debes sonreír, no mucho, algo leve – le recordó, mientras bajaban del carruaje.
En ese momento su padre que había permanecido en silencio, no tan solo durante el viaje sino desde mucho antes, sobre todo con respecto al tema de su iniciación a la vida en sociedad, por fin dijo algo alusivo.
-Catalina sé que será un velada inolvidable – sonrió brevemente y se encaminaron al enorme edificio que tenían enfrente.
Una mansión; de grandes columnas, puertas dobles, todo en mármol, una alfombra morada, que indicaba el circuito a realizar hasta llegar al salón; se extendía con el mayor sentido de grandeza. Por supuesto que eso también lo hubo memorizado. Por eso era importante saber detalles sobre cada habitante del pueblo, inclusive su hogar. Antes de que las puertas dobles se abrieren de par en par permitiéndoles entrar, unos sirvientes les proporcionaron unas máscaras negras de terciopelo, que tenían en bandejas de plata.
Una mascarada.
Ya en el umbral, Catalina se tomó unos segundos para apreciar panorámicamente el ambiente y digerir lo que estaba por vivir. Había imaginado miles y miles de veces cómo sería. Luces en abundancia, elegantes trajes y vestidos que paseasen gráciles por la pista, un real desplegué de brillos por doquier. Telas de satén al tono con la mayor parte de la decoración. Una gran escalera de mármol en el centro del salón, enormes ventanales al igual que las mesas con los manjares más exóticos que uno jamás podría imaginar. Todo, hasta el más mínimo detalle denotaba perfección y grandeza. Un lugar de ensueño. Debía de ser una maravilla habitar este allí, pensó. Según lo que su madre le hubo contado anteriormente, los Mon-Levitt festejaban el regreso de unos de sus hijos mayores, que regresaba luego de ganada una batalla en las fronteras.
Hacía un par de años, cuando Catalina aún era lo bastante pequeña como para recordarlo, Terrásteril había entrado en conflicto con un territorio vecino, “Volkotur”, por unas tierras que constituían la frontera. Desde ese entonces era una obligación y un honor defender a su pueblo ante cualquier amenaza exterior. Quienes participan de alguna cruzada ganaba el respeto eterno, aun si no volviese con vida. Por ende las familias con integrantes hombres, tenían muchas más posibilidades de trascender, de progresar, ya que contaban con esa posibilidad. Siempre habría guerra y batallas por luchar.
-vamos – instó Elena al ver que su hija se hubo frenado.
Pasearon por todo el salón, máscaras negras en todos los rostros, Catalina se sentía aliviada al saber que también llevaba una, así podría mantener el anonimato en caso de que algo saliese mal. No. Nada iba a salir mal, se repitió. Nada. De todos modos el hecho de llevar la máscara le brindaba mayor seguridad, que sino. Mucha más seguridad que el hecho de mostrar su propio rostro.
Todo estaba saliendo acorde a lo planificado. Su padre les había presentado, tanto a Elena como a ella, a un colega del consejo y a su familia; una señora alta delgada, al igual que su hija y su hijo. Muy delicados. Pero algo ásperos con las palabras,sólo pudieron intercambiar una par de frases típicas. Luego con algo de incomodidad se separaron.
Probó algunos canapés, pero no muchos para no estropear su figura constreñida en el ajustado corsé; bebió un poco de una exquisito trago de color bordó, que su madre le advirtió que contenía alcohol, de modo que si abusaba perdería la conciencia en poco tiempo. Bailó un par de piezas con el hijo de un gran amigo de Arthur, Kam. Era un joven un poco torpe, porque se confundía en reiteradas oportunidades en los giros, pisándole los pies; pero aun así Catalina se reservó los comentarios y aguantó el dolor, porque no era apropiado humillar a su pareja de baile, siempre existía la posibilidad de que se convirtiera en un pretendiente.
Consecuente, considerada, cortes”. Repetía para sus adentros, cual mantra, con cada pisada.
-lo lamento – se disculpaba realmente apenado el joven. Ella solo se limitaba a sonreír.
Hicieron una breve pausa para descansar y así poder ella terminar de sufrir el dolor. Decidió ir al tocador para poder sobar sus magullados pies; le dolían tremendamente, no sólo a causa de las pisadas sino también por lo elevado de los tacones. La curva de la planta no estaba acostumbrada a llevarlos tan alto.
-te acompañaré – ofreció su madre.
-estaré bien mama, solo dime como llegar – reprochó Catalina.
Elena la observó desconfiada por un breve lapso. Pero finalmente asintió.


Los baños quedaban pasando un largo pasillo detrás de la gran escalera, a la derecha. El pasillo era interminable. Cuando por fin hubo llegado, o por lo menos eso tenía pensado Catalina, se encontró con el camino equivocado, había llegado a una habitación que estaba en penumbra, de modo que salió del mismo. Se detuvo un momento para recordar bien las indicaciones de su madre. Inspeccionó el lugar. A su derecha había otro pasillo, caminó por este, rumbo a otra puerta que había al final, tal vez, había escuchado mal. Estaba más oscuro, las paredes si bien reflejaban un similar aspecto con el anterior pasillo, este tenía un aspecto un tanto más lúgubre. Cuando por fin hubo llegado, se dio con la noticia de que tampoco era el baño. En ese preciso momento maldijo no haber aceptado que le acompañase su madre. Pero la realidad era que prefería hacerlo sola, todo estaba saliendo tan bien, que creyó que ya no sería necesario tanto de su protección. Pero, al parecer, se había equivocado al respecto.
Decidió retomar el camino y resignarse a pedir ayuda de nuevo. Pero un sonido la detuvo en su plan. Provenía del interior del cuarto. Como era de esperar esa habitación también estaba en penumbra. Cayó en la cuenta de que probablemente estaba en un sector restringido de la mansión, y que si alguien la viese la podrían acusar de intromisión. Agudizó sus sentidos sobre todo la audición para distinguir mejor lo que hubo escuchado. Era una voz, grave y ahogada, como una súplica. Instintivamente se apartó un poco, sabía perfectamente que no era bueno estar en ese momento en ese lugar, lo sentía. Pero aun así no podía moverme, estaba intrigada. Al minuto, cuando su vista se acostumbrado a la escasa luz, pudo vislumbrar unos destellos de luz al otro lado del cuarto, una pequeña línea en el suelo. Había una puerta, y detrás de ella provenía la voz. Sin percatarse, ya estaba a metros de la misma, inconscientemente había cruzado el enorme cuarto para acercarse a ella. Maldijo sus impulsos. Ahora estando más cerca, podía distinguir varias voces, y de pronto un sonido seco. Silencio total. Luego las voces se dirigieron hacia la puerta. Giraron el picaporte. Instantáneamente se agachó, maldiciendo que su vestido fuese tan abultado. Retrocedió unos pasos y se topó con unas pesadas cortinas, que utilizó para esconderse, implorando por que las voces no encendiesen la luz. Tuvo suerte, solo se limitaron a cruzar la habitación y a marcharse.
-¿Qué haremos con él? – preguntó una de las voces.
-que su familia se haga cargo – respondió fríamente otra, su tono era rasposo – ya no es nuestro problema. De todos modos tenía los días contados, que sepa que es afortunado.
Mi cuerpo se tensó. Si es lo que yo me imaginaba, entonces la voz de suplica solo podía significar una cosa.
-un momento… - el tipo de la voz más grave se detuvo en seco. Comenzó a latirle el corazón fuertemente – ¿no te dije que cerraras la maldita puerta? –replicó furioso hacia una persona en particular que no veía. Su corazón dio un vuelco.
-pues lo hice señor – respondió rápidamente otra voz, con un tono que denotaba lo nervioso que estaba. Un silencio.
Cuando Catalina estuvo a punto de creer que su corazón la delataría con sus estruendosos latidos, la voz grave por fin habló.
-entonces ni siquiera sabes hacer eso – repuso hiriente.
-lo lamento amo – se disculpó la voz acusada.
-mejor vayámonos antes que a alguien se le ocurra hacer cochinadas por estos lados – sentenció finalmente la voz grave – que otro se haga cargo del cadáver.
Cadáver…
Segura de que no había nadie más en el cuarto, se dirigí hacia la puerta de donde salieron las demás voces. Todo estaba en penumbra, reinaba el silencio, para esta parte de la mansión los sonidos no llegaban, y supuso que no tenía ventanas ya que tampoco se oía el sonido del exterior. Caminó lentamente, el corazón me latía a mil por segundo, le dolían los oídos, lentamente se adentró desconociendo por completo lo que podría encontrar, pero un presentimiento le alertaba brindándole mínimas posibilidades al respecto. Nada, silencio fúnebre, y de pronto una mano cazó su pie. Reprimió un grito. Su cuerpo había perdido todo su calor, estaba helada. Y de un instante a otro entumeció.
-ayudd…a… - balbuceaba la voz – ayyuddammme.
Estaba aterrada, el golpe seco que hubo escuchado, la voz de suplica… su mente de repente quedó en blanco. La mano que aún le sostenía el tobillo, como si fuera lo último a lo que aferrarse, se tensó aún más. No se distinguía nada, estaba todo tan oscuro, que aun con los ojos abiertos, la ceguera le abrazaba. Sintió un leve mareo, entonces cayó en picada sobre sus rodillas.
-ayúdame – comenzó la voz nuevamente – neecesss…necesssito… - tenia la respiración entrecortada – diggalee a Catriel q lo quiiieroo - estiro su mano tomando la la de Catalina y le coloco un objeto en ella, después balbuceó algunas palabras más pero no le pudo entender, luego se produjo un nuevo silencio. Solo se oía su propia respiración y el latido estruendoso de su corazón. De repente le invadió el deseo de salir de ese lugar, de huir, huir lejos. Sin embargo no podía dejar a esa persona ahí, o lo que quedaba de ella. Pero algo muy profundo, muy oscuro en su ser le alertó, instándole para que lo hiciera. Sea lo que sea que le hubiesen puesto sobre su mano debía ser protegido. Salió del cuarto.
El pasillo estaba desierto, y agradecía para sus adentros esa circunstancia. Necesitaba escapar. De todo, tenía mucho miedo, estaba presa de la conmoción. No podía permanecer ni un segundo más en aquel lugar. Seguramente en cualquier momento su madre acudiría al encuentro, y realmente no se sentía en condiciones para enfrentarla. Luego recordó que había un jardín al norte. Se dirigí hacia allí.
Recorrió casi toda la pista a fin de poder encontrar una salida. Las gráciles figuras de la muchedumbre, ensimismadas en sus mundos de sonrisas y bailes, le parecían ya distantes. La música llegaba como un leve zumbido a sus oídos como si estos estuviesen sumergidos en el mar, y caminaba instintiva y ciegamente. A pesar de la exorbitante iluminación, no discernía nada, estaba completamente ofuscada. Luego de pasar por cada sector que se hubo formado por lo extenso del gran salón, lo más discreta posible, por fin vislumbró la puerta hacia el patio. Como una descarga de adrenalina, empujó y salió precipitadamente, ávida por tomar un fragmento de la frescura y el silencio del exterior. Bajó lentamente las enormes escaleras de mármol que descendían a un camino de mismo material, como si se tratase de una extensión de la misma, desembocando en unas filas de árboles cortados con la más perfecta simetría.
No entendía el motivo por el cual nunca antes se hubo percatado lo aturdida que estaba. Un mareo invadió su cabeza, probablemente por los efecto de lo que bebió. Tal vez tendría que haber escuchado a su madre, y no tomar demasiado; tal vez tendría que haber aceptado que le acompañase al baño también. Tal vez no tendría que haber deseado tan pronto ser auto-suficiente. Al fin y al cabo no tenía nada que probar a nadie. Tal vez, tal vez. Pero lo hecho, hecho estaba. No podía cambiar el pasado. Y respecto de lo que había visto, podría manipularlo para que pareciese una fantasía, evitando que la perturbase. No sería la primera vez que aplicaría tal medida, cada situación complicada que había tenido la solucionaba de ese modo, como le habían enseñado, para eludir controversias y rebeldías.
De pronto una leve brisa hizo que un frío abrazase su mano. El frío de la muerte en ella. Cerrada formando un puño, pequeñas líneas de color escarlata dibujaban el dorso. Cuando la abrió, el peso de la realidad cayó sobre ella, cual chapuzón desde un precipicio a un helado y profundo mar. Tomando cada fibra de su cuerpo y consumiéndome, hasta que su respiración por fin se hubiese cortado.

Una llave.

(Fragmento de "Dancing in the Dark")




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