PRIMERA PARTE: “Antes”
~2~
"Mascarada"
El
trayecto hacia la mansión Mon-Levitt era un poco largo, pero
agradecía que así lo fuera, porque de un instante a otro le
inundaron nuevamente los nervios, que en conjunto con lo ajustado del
corsé, comenzó a marearla, hasta sentir que le faltaba el aire. Su
madre le hacía preguntas para que respondiera como lo habían
ensayado. Luego le hubo facilitado algunos consejos más. Ella
también se había puesto algo nerviosa. Lo cual sorprendió mucho a
Catalina, ya que la consideraba una persona sumamente serena. Y verla
así le resulta raro. Puede que la razón se deba a que se trataba de
la hija más chica, la última en la lista, y tal vez la más
importante, la decisiva para terminar con el ciclo de su vida, que es
asegurar el futuro a sus descendientes para que la familia continúe.
Después de lograrlo se podía decir que finalmente hubo cumplido su
misión en la vida.
Por
todas aquellas razones, es que Catalina tenía en claro que no se
podía equivocar esta noche. Nada tenía que salir mal.
A
medida que avanzan se podía sentir el sonido de unas hermosas
melodías a lo lejos, lo que indicaba que ya estaban cerca del
destino. De su destino. Repasó algunas frases.
-¿lista
cariño? – preguntó Elena cuando hubieron llegado. Ella asintió
sinmáss – debes sonreír, no mucho, algo leve – le recordó,
mientras bajaban del carruaje.
En
ese momento su padre que había permanecido en silencio, no tan solo
durante el viaje sino desde mucho antes, sobre todo con respecto al
tema de su iniciación a la vida en sociedad, por fin dijo algo
alusivo.
-Catalina
sé que será un velada inolvidable – sonrió brevemente y se
encaminaron al enorme edificio que tenían enfrente.
Una
mansión; de grandes columnas, puertas dobles, todo en mármol, una
alfombra morada, que indicaba el circuito a realizar hasta llegar al
salón; se extendía con el mayor sentido de grandeza. Por supuesto
que eso también lo hubo memorizado. Por eso era importante saber
detalles sobre cada habitante del pueblo, inclusive su hogar. Antes
de que las puertas dobles se abrieren de par en par permitiéndoles
entrar, unos sirvientes les proporcionaron unas máscaras negras de
terciopelo, que tenían en bandejas de plata.
Una
mascarada.
Ya
en el umbral, Catalina se tomó unos segundos para apreciar
panorámicamente el ambiente y digerir lo que estaba por vivir. Había
imaginado miles y miles de veces cómo sería. Luces en abundancia,
elegantes trajes y vestidos que paseasen gráciles por la pista, un
real desplegué de brillos por doquier. Telas de satén al tono con la
mayor parte de la decoración. Una gran escalera de mármol en el
centro del salón, enormes ventanales al igual que las mesas con los
manjares más exóticos que uno jamás podría imaginar. Todo, hasta
el más mínimo detalle denotaba perfección y grandeza. Un lugar de
ensueño. Debía de ser una maravilla habitar este allí, pensó.
Según lo que su madre le hubo contado anteriormente, los Mon-Levitt
festejaban el regreso de unos de sus hijos mayores, que regresaba
luego de ganada una batalla en las fronteras.
Hacía
un par de años, cuando Catalina aún era lo bastante pequeña como
para recordarlo, Terrásteril había entrado en conflicto con un
territorio vecino, “Volkotur”, por unas tierras que constituían
la frontera. Desde ese entonces era una obligación y un honor
defender a su pueblo ante cualquier amenaza exterior. Quienes
participan de alguna cruzada ganaba el respeto eterno, aun si no
volviese con vida. Por ende las familias con integrantes hombres,
tenían muchas más posibilidades de trascender, de progresar, ya que
contaban con esa posibilidad. Siempre habría guerra y batallas por
luchar.
-vamos
– instó Elena al ver que su hija se hubo frenado.
Pasearon
por todo el salón, máscaras negras en todos los rostros, Catalina
se sentía aliviada al saber que también llevaba una, así podría
mantener el anonimato en caso de que algo saliese mal.
No.
Nada iba a salir mal, se repitió. Nada. De todos modos el hecho de
llevar la máscara le brindaba mayor seguridad, que sino.
Mucha
más seguridad que el hecho de mostrar su propio rostro.
Todo
estaba saliendo acorde a lo planificado. Su padre les había
presentado, tanto a Elena como a ella, a un colega del consejo y a su
familia; una señora alta delgada, al igual que su hija y su hijo.
Muy delicados. Pero algo ásperos con las palabras,sólo pudieron
intercambiar una par de frases típicas. Luego con algo de
incomodidad se separaron.
Probó
algunos canapés, pero no muchos para no estropear su figura
constreñida en el ajustado corsé; bebió un poco de una exquisito
trago de color bordó, que su madre le advirtió que contenía
alcohol, de modo que si abusaba perdería la conciencia en poco
tiempo. Bailó un par de piezas con el hijo de un gran amigo de
Arthur, Kam. Era un joven un poco torpe, porque se confundía en
reiteradas oportunidades en los giros, pisándole los pies; pero aun
así Catalina se reservó los comentarios y aguantó el dolor, porque
no era apropiado humillar a su pareja de baile, siempre existía la
posibilidad de que se convirtiera en un pretendiente.
“Consecuente,
considerada, cortes”. Repetía para sus adentros, cual mantra, con
cada pisada.
-lo
lamento – se disculpaba realmente apenado el joven. Ella solo se
limitaba a sonreír.
Hicieron
una breve pausa para descansar y así poder ella terminar de sufrir
el dolor. Decidió ir al tocador para poder sobar sus magullados
pies; le dolían tremendamente, no sólo a causa de las pisadas sino
también por lo elevado de los tacones. La curva de la planta no
estaba acostumbrada a llevarlos tan alto.
-te
acompañaré – ofreció su madre.
-estaré
bien mama, solo dime como llegar – reprochó Catalina.
Elena
la observó desconfiada por un breve lapso. Pero finalmente asintió.
Los
baños quedaban pasando un largo pasillo detrás de la gran escalera,
a la derecha. El pasillo era interminable. Cuando por fin hubo
llegado, o por lo menos eso tenía pensado Catalina, se encontró con
el camino equivocado, había llegado a una habitación que estaba en
penumbra, de modo que salió del mismo. Se detuvo un momento para
recordar bien las indicaciones de su madre. Inspeccionó el lugar. A
su derecha había otro pasillo, caminó por este, rumbo a otra puerta
que había al final, tal vez, había escuchado mal. Estaba más
oscuro, las paredes si bien reflejaban un similar aspecto con el
anterior pasillo, este tenía un aspecto un tanto más lúgubre.
Cuando por fin hubo llegado, se dio con la noticia de que tampoco era
el baño. En ese preciso momento maldijo no haber aceptado que le
acompañase su madre. Pero la realidad era que prefería hacerlo
sola, todo estaba saliendo tan bien, que creyó que ya no sería
necesario tanto de su protección. Pero, al parecer, se había
equivocado al respecto.
Decidió
retomar el camino y resignarse a pedir ayuda de nuevo. Pero un sonido
la detuvo en su plan. Provenía del interior del cuarto. Como era de
esperar esa habitación también estaba en penumbra. Cayó en la
cuenta de que probablemente estaba en un sector restringido de la
mansión, y que si alguien la viese la podrían acusar de
intromisión. Agudizó sus sentidos sobre todo la audición para
distinguir mejor lo que hubo escuchado. Era una voz, grave y ahogada,
como una súplica. Instintivamente se apartó un poco, sabía
perfectamente que no era bueno estar en ese momento en ese lugar, lo
sentía. Pero aun así no podía moverme, estaba intrigada. Al
minuto, cuando su vista se acostumbrado a la escasa luz, pudo
vislumbrar unos destellos de luz al otro lado del cuarto, una pequeña
línea en el suelo. Había una puerta, y detrás de ella provenía la
voz. Sin percatarse, ya estaba a metros de la misma,
inconscientemente había cruzado el enorme cuarto para acercarse a
ella. Maldijo sus impulsos. Ahora estando más cerca, podía
distinguir varias voces, y de pronto un sonido seco. Silencio total.
Luego las voces se dirigieron hacia la puerta. Giraron el picaporte.
Instantáneamente se agachó, maldiciendo que su vestido fuese tan
abultado. Retrocedió unos pasos y se topó con unas pesadas
cortinas, que utilizó para esconderse, implorando por que las voces
no encendiesen la luz. Tuvo suerte, solo se limitaron a cruzar la
habitación y a marcharse.
-¿Qué
haremos con él? – preguntó una de las voces.
-que
su familia se haga cargo – respondió fríamente otra, su tono era
rasposo – ya no es nuestro problema. De todos modos tenía los días
contados, que sepa que es afortunado.
Mi
cuerpo se tensó. Si es lo que yo me imaginaba, entonces la voz de
suplica solo podía significar una cosa.
-un
momento… - el tipo de la voz más grave se detuvo en seco. Comenzó
a latirle el corazón fuertemente – ¿no te dije que cerraras la
maldita puerta? –replicó furioso hacia una persona en particular
que no veía. Su corazón dio un vuelco.
-pues
lo hice señor – respondió rápidamente otra voz, con un tono que
denotaba lo nervioso que estaba. Un silencio.
Cuando
Catalina estuvo a punto de creer que su corazón la delataría con
sus estruendosos latidos, la voz grave por fin habló.
-entonces
ni siquiera sabes hacer eso – repuso hiriente.
-lo
lamento amo – se disculpó la voz acusada.
-mejor vayámonos antes que a alguien se le ocurra hacer cochinadas por estos
lados – sentenció finalmente la voz grave – que otro se haga
cargo del cadáver.
Cadáver…
Segura
de que no había nadie más en el cuarto, se dirigí hacia la puerta
de donde salieron las demás voces. Todo estaba en penumbra, reinaba
el silencio, para esta parte de la mansión los sonidos no llegaban,
y supuso que no tenía ventanas ya que tampoco se oía el sonido del
exterior. Caminó lentamente, el corazón me latía a mil por
segundo, le dolían los oídos, lentamente se adentró desconociendo
por completo lo que podría encontrar, pero un presentimiento le
alertaba brindándole mínimas posibilidades al respecto. Nada,
silencio fúnebre, y de pronto una mano cazó su pie. Reprimió un
grito. Su cuerpo había perdido todo su calor, estaba helada. Y de un
instante a otro entumeció.
-ayudd…a…
- balbuceaba la voz – ayyuddammme.
Estaba
aterrada, el golpe seco que hubo escuchado, la voz de suplica… su
mente de repente quedó en blanco. La mano que aún le sostenía el
tobillo, como si fuera lo último a lo que aferrarse, se tensó aún
más. No se distinguía nada, estaba todo tan oscuro, que aun con los
ojos abiertos, la ceguera le abrazaba. Sintió un leve mareo,
entonces cayó en picada sobre sus rodillas.
-ayúdame
– comenzó la voz nuevamente – neecesss…necesssito… - tenia
la respiración entrecortada – diggalee a Catriel q lo quiiieroo -
estiro su mano tomando la la de Catalina y le coloco un objeto en
ella, después balbuceó algunas palabras más pero no le pudo
entender, luego se produjo un nuevo silencio. Solo se oía su propia
respiración y el latido estruendoso de su corazón. De repente le
invadió el deseo de salir de ese lugar, de huir, huir lejos. Sin
embargo no podía dejar a esa persona ahí, o lo que quedaba de ella.
Pero algo muy profundo, muy oscuro en su ser le alertó, instándole
para que lo hiciera. Sea lo que sea que le hubiesen puesto sobre su
mano debía ser protegido. Salió del cuarto.
El
pasillo estaba desierto, y agradecía para sus adentros esa
circunstancia. Necesitaba escapar. De todo, tenía mucho miedo,
estaba presa de la conmoción. No podía permanecer ni un segundo más
en aquel lugar. Seguramente en cualquier momento su madre acudiría
al encuentro, y realmente no se sentía en condiciones para
enfrentarla. Luego recordó que había un jardín al norte. Se dirigí
hacia allí.
Recorrió
casi toda la pista a fin de poder encontrar una salida. Las gráciles
figuras de la muchedumbre, ensimismadas en sus mundos de sonrisas y
bailes, le parecían ya distantes. La música llegaba como un leve
zumbido a sus oídos como si estos estuviesen sumergidos en el mar, y
caminaba instintiva y ciegamente. A pesar de la exorbitante
iluminación, no discernía nada, estaba completamente ofuscada.
Luego de pasar por cada sector que se hubo formado por lo extenso del
gran salón, lo más discreta posible, por fin vislumbró la puerta
hacia el patio. Como una descarga de adrenalina, empujó y salió
precipitadamente, ávida por tomar un fragmento de la frescura y el
silencio del exterior. Bajó lentamente las enormes escaleras de
mármol que descendían a un camino de mismo material, como si se
tratase de una extensión de la misma, desembocando en unas filas de
árboles cortados con la más perfecta simetría.
No
entendía el motivo por el cual nunca antes se hubo percatado lo
aturdida que estaba. Un mareo invadió su cabeza, probablemente por
los efecto de lo que bebió. Tal vez tendría que haber escuchado a
su madre, y no tomar demasiado; tal vez tendría que haber aceptado
que le acompañase al baño también. Tal vez no tendría que haber
deseado tan pronto ser auto-suficiente. Al fin y al cabo no tenía
nada que probar a nadie. Tal vez, tal vez. Pero lo hecho, hecho
estaba. No podía cambiar el pasado. Y respecto de lo que había
visto, podría manipularlo para que pareciese una fantasía, evitando
que la perturbase. No sería la primera vez que aplicaría tal
medida, cada situación complicada que había tenido la solucionaba
de ese modo, como le habían enseñado, para eludir controversias y
rebeldías.
De
pronto una leve brisa hizo que un frío abrazase su mano. El frío de
la muerte en ella. Cerrada formando un puño, pequeñas líneas de
color escarlata dibujaban el dorso. Cuando la abrió, el peso de la
realidad cayó sobre ella, cual chapuzón desde un precipicio a un
helado y profundo mar. Tomando cada fibra de su cuerpo y
consumiéndome, hasta que su respiración por fin se hubiese cortado.
Una
llave.
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